Sandwiches en la Torre de la Vela

Asociacionismo, libertad y comida rápida, por Jahd

martes, febrero 24, 2004

Asociaciones y estados: financiación

Tenemos una asociación. Tenemos un local. Tenemos unas ideas para hacer cosas. Cosas que cuestan dinero. ¿De dónde lo sacamos? Está claro: subvenciones, que el ayuntamiento tiene mucho dinero.

Pero el ayuntamiento no es una maquinita de hacer dinero, más bien lo contrario, lo gasta como mínimo tan rápido como lo recauda. Y tarde o temprano ocurre lo inevitable: que termina el dinero y no puede pagar las cosas a las que se había comprometido. ¿Adivinamos cuál es una de las primeras partidas que se recorta? Bingo: subvenciones, al menos algunas de ellas.

Entonces nos encontramos que nuestra bonita asociación no puede pagar el alquiler de su local, ni la luz, el teléfono, ni tampoco financiarse las actividades que quería hacer. Y no le queda más remedio que echar el cerrojo, porque se ha acostumbrado a manejar un dinero que no sabe de dónde sale, ni le preocupa. Lo tiene, lo gasta, punto. Y ahora no sabe cómo ganárselo.

Supongamos que esa asociación es un estado más o menos grande, más o menos poblado, da igual. Un estado aún por desarrollar que sobrevive de las ayudas internacionales. Los paises que mandan esas ayudas tampoco son máquinas de hacer dinero. Las subvenciones de los estados son los impuestos que recaudan de sus ciudadanos, tampoco les suele preocupar mucho de dónde sale ese dinero. Lo tienen, lo gastan, hasta que no queda nada y no puede hacer frente a los gastos a los que se había comprometido. ¿Adivinamos una vez más cuál es una de las primeras partidas que se recorta? Bingo: ayuda exterior. Al fin y al cabo esos somalíes, haitianos o afganos no votan en nuestras elecciones. Y esos estados, esas grandes asociaciones de militancia obligatoria, no echan el cerrojo, simplemente pasan hambre, sed, frio, enfermedades. O tal vez sí terminen echando el cerrojo cuando muera el último de sus habitantes. Porque no han aprendido a hacer otra cosa que vivir de las subvenciones que recibían no se sabe de dónde.

Pero tal vez nuestra pequeña asociación del comienzo de todo ha decidido no vivir sólo de las subvenciones. Tal vez piensa por fin en cómo conseguir su propio dinero. Primero, un pequeño "impuesto": cuotas. Cuotas que cubrirán los mínimos gastos comunes: local, luz, calefacción... que usan todos los asociados. Pero hay más cosas. Unos asociados quieren jugar a cartas, pero no todos. Entonces los que quieren jugar a cartas añaden algo de dinero para comprar una baraja, con la que sólo jugarán ellos. Y otros querrán leer revistas, y pondrán algo de dinero para comprarlas, y si los de las cartas quieren leer les tendrán que pagar una parte. Al igual que en nuestro estado-asociación: aquellos que quieran practicar un deporte construirán un estadio, y si los otros quieren usarlo, les pagarán algo. Si los otros quieren dedicarse a leer, construirán bibliotecas, en las que cobrarán entrada a los del estadio. Pero, ¿de dónde sacarán todos el dinero?

Fuera de la asociación hay gente con dinero que tal vez se lo de voluntariamente, a cambio de algo. ¿Qué tiene la asociación para ofrecer? Trabajo. Puede hacer cosas que lleguen a mucha gente. Gente con dinero a la que quiere llegar la primera gente con dinero. Los primeros, empresas. Los segundos, consumidores. Y como enlace, nuestra pequeña asociación. La empresa le dice a la asociación "toma este dinero, pero llévame hasta los consumidores". La asociación se esforzará por llegar al mayor número de consumidores. Se preocupará por saber qué quieren, porque cuantos más sean, más dinero le dará la empresa, y más posibilidades tendrá de que le vuelva a dar en el futuro. Los consumidores, esos que pueden tener interés en la actividad que les proponga la asociación, verán a la empresa como alguien que tiene sus mismas aficiones. Puede ir gratis, o casi, a una actividad porque la empresa la paga. Y de alguna manera se lo quiere agradecer. Tal vez sea el banco donde querrá guardar sus ahorros. O el primer concesionario al que acudirá cuando se compre su coche. O la marca de teléfono que elegirá cuando el que tiene ahora se quede obsoleto. Y pensará así porque esa empresa, esa marca, es su colega: comparten la misma afición por las cartas, o por los libros, o por el deporte.

La asociación ha aprendido una valiosa lección: cómo usar el dinero que voluntariamente le dan otros para hacer las cosas que le interesan, y además contentando a más gente. Y así, con esa experiencia, acudirá a otras empresas, hará más cosas que le darán más dinero, y ya no tendrá que mendigar a ningún ayuntamiento ni quedarse con un dinero que no es suyo ni sabe de donde sale. Ahora sabe lo que le cuesta, se esfuerza por él.

¿Y dónde está nuestro estado? El "estado-asociación obligatoria" puede pedir algo de dinero, puede recaudar algo de lo que tengan sus ciudadanos, pero sobre todo puede ofrecer cosas: recursos naturales, vías de comunicación, trabajo... y puede ir al estado que antes le subvencionaba y decirle "sigo queriendo tu dinero, pero te daré algo a cambio". Y viendo lo que le da cada uno por lo que ofrece decidirá qué le da a cada uno: a uno le ofrecerá sus cultivos a cambio del trabajo de su gente; a otro, le construirá un puerto por el que le cobrará alquiler para que venda sus mercancias; a un tercero le construirá un aeropuerto donde puedan detenerse a repostar sus aviones, porque ese camino es más corto, y barato.

Pero como nuestra pequeña asociación, nuestro pequeño o gran estado no puede obligar a nadie ni a leer, ni a jugar a cartas. Cada uno hará lo que mejor le parezca, pensando en lo que es mejor para él. Pero eso sí, siempre buscando no depender en exclusiva de nadie, por si algún día le fallan.

La asociación cuyos asociados han aprendido a hacer cosas que interesan, y a dar beneficio a otros haciendo esas cosas, prosperará. Y lo mismo hará el estado cuyos ciudadanos aprenden a ganarse la vida buscando el beneficio propio a través del beneficio de los demás.